miércoles, 13 de mayo de 2009

Memorias

Memorias Caneras
Magaly en la carceleta. El libro es para ella el cierre de uno de los más crudos capítulos de su vida. Siete meses después de su ingreso a prisión, la polémica conductora de televisión presenta El Precio de Ser Magaly Medina. Mi Verdad en la Cárcel (Planeta, 2009): el relato de los dos meses y medio que pasó en el penal de Santa Mónica por el caso de difamación al futbolista Paolo Guerrero. Así, sin mucho de autocrítica en sus páginas, Magaly hace pública su inevitable catarsis. Aquí un adelanto en exclusiva:
Como sucede en todas las prisiones peruanas, Prevención era un lugar abarrotado de gente. Las presas dormían no solo en camas, porque eran muy pocas, sino también en colchones en el piso. Lo hicieron durante toda mi estancia ahí y lo siguen haciendo, aunque muchas han pasado a Tarapacá, un nuevo penal de mujeres. Supongo que ahora hay un poco más de comodidad para algunas reas. Me dijeron que, la noche en que se enteraron de que yo venía, las chicas estaban durmiendo hasta en la puerta de entrada de Prevención. Increíble. En ese lugar entraba un aire frío horroroso. Yo creo que en verano debe ser la zona más fresca de toda la prisión. Por su arquitectura y la manera en que está situada es, de verdad, la zona más fría de todo Santa Mónica. Y yo la pasé muy mal con el frío.
Cuando llegué a Prevención, las chicas me dijeron que toda esa zona había estado totalmente abarrotada, que dormían dos o tres personas en un solo colchón. Las chicas dormían en el pasillo hasta la puerta de rejas, al costado de la comida del chancho, al lado de esa cosa de plástico maloliente y llena de restos de comida. Ahí dormían todas, en el piso. Me contaron que, el día que yo iba a ingresar, comenzaron a clasificarlas de inmediato. (...)
A veces, las reas nos convertimos solo en números. Para los burócratas, para los directores de penales, para todo ese sistema, somos números. Se olvidan de que somos personas. Se olvidan de eso y nos tratan como animales. Y creo que hasta los animales merecen respeto.
A veces, la comida de la cárcel era tan fea que terminaban botándola. Por eso, las chicas preferían que las visitas trajeran la comida, dejaran cositas para comer o dinero para poder comprar algo en los quioscos del penal. Conforme llegaba la noche, todo se vaciaba en ese pozo de plástico que se entregaba a los chancheros al día siguiente. (...)
Yo no tuve que dormir en el piso, pero me lo imaginaba y lo veía todos los días en Prevención. A veces llegaban chicas que tenían que dormir en el piso. Era un campamento enorme, viéndolo desde un punto de vista divertido. Por eso, cuando yo estaba en prisión, doné personalmente colchones, el canal también donó algunos, e hice que los cambiaran casi todos en Prevención.
No sé si las chicas estarán durmiendo nuevamente con la comida del chancho, pero la gente que estaba conmigo en la prisión me decía:
–Magaly, tienes que enterarte de estas cosas y de más.
–Pero yo lo sé –les decía–. ¿Y qué hago enterándome? ¿Qué hago enterándome si las viejitas tienen que vender para sobrevivir, porque no tienen a veces ni familia?
En Prevención, pasaba muchas horas al día sola. A las nueve de la mañana, todas se iban a hacer sus labores, luego se iban al patio y volvían a las doce y media para almorzar. En las primeras semanas, yo no podía salir al patio y tenía que llevar un taller. En condenas como la mía, puedes acortar tu tiempo en prisión gracias al dos por uno: por cada dos días que tú hagas cerámica, artesanía o alguna otra cosa, te descuentan un día de prisión. Pasas por el psicólogo, pasas por la asistenta social y luego te inscribes en un taller. Cuesta veinte soles y tienes que encontrar cupo. En ese tiempo no había cupos, porque todos los talleres estaban llenos hasta enero o febrero. Yo no podía esperar tantos meses, así que logré inscribirme en uno de ellos.
Como al principio no querían que yo saliera al patio, la profesora de crochet, Margarita Pacheco venía todos los días a mi habitación, a las cuatro de la tarde. A veces también iba un rato en la mañana. Entonces yo cogía un hilo y Margarita se llevaba otro a su cuarto para ayudarme con el tejido. Y, a trompicones, terminé un tapete que se hizo muy famoso porque apareció en los diarios.
Por la tarde, cuando todas salían de nuevo al patio, ya no iba a mi taller. Me quedaba en Prevención con una chica que tampoco podía salir. Se llamaba Toña León y había matado a su niño de siete años de varias puñaladas, no recuerdo cuántas. Creo que la historia salió en todos los diarios. Ella estaba en el cuarto de San Jorge. Ahí se quedaba y se aislaba. Tejía unas bolsas como de playa y también había aprendido a hacer unas correas con un material especial, a crochet. Ayudaba a otras reas con los tejidos. Ellas le pagaban para que les hiciese correas y cintos que luego presentaban como propios. Hay todo tipo de salidas en prisión, formas de esquivar las reglas y las normas. Como en todos lados. Esa es la realidad cercana, allí la vives todos los días. En todas las modalidades. Y nadie se escapa, por supuesto.
Esta chica era la única persona con la que yo podía hablar. Entonces me fui acercando a ella. Me contaba cómo fue, que el marido se había ido con la hermana, y recordaba a ese niño al que ella quería mucho y que no era del esposo. Te contaba toda esa historia mientras tejía y sin parpadear. No llegaba a sollozar. Y a mí, por supuesto, me parecía terrible que hubiera matado a su hijo de siete años. Luego me dijo que se había intentado matar. Que, cuando mató a su hijo, había ingerido veneno pero no lo había conseguido. Entonces las señoras del INPE me decían: “Dale una miradita porque esa chica ha intentado suicidarse. Está depresiva y las pastillas hay que dárselas en la boca porque no las quiere tomar”.
Esta era la historia, y yo me decía: “Yo no estoy aquí para juzgar a nadie, absolutamente a nadie”. Para mí solo era un ser humano que estaba ahí y que vivía con una gran pena. Qué circunstancias la habrían llevado a tomar esa decisión, a hacerlo consciente o inconscientemente, no lo sé. La mente humana es todo un misterio, lo sigue siendo aun para los científicos. Yo solo veía al ser humano desvalido, al que todo el mundo miraba un poco con desconfianza, con rabia. Y no la sacaban al patio porque muchas habían amenazado con darle una buena golpiza. Había muchos conatos de pelea. Ella se aislaba y hacía sus cosas normalmente, pero por ahí alguien venía y le decía: “¡Asesina, asesina, asesinaste a tu hijo!”. Porque este tipo de crímenes son condenables moralmente hasta por la rea más lumpen, por la más fogueada en el mundo del hampa. Son cosas que no están dentro de los cánones que ellas soportan y toleran. (Escribe: Magaly Medina) Revista Caretas

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